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Soy un escritor que vive a caballo entre la Ciudad de México y Barcelona, que a veces echa de menos Jaén y al que le da por escribir en la madrugada, aunque, a menudo, no es muy consciente de lo que termina saliendo de su cabeza.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Publicación de El error evolutivo


He aquí el libro, muy bien expuesto en La Expendeduría.
¡Por fin! Después de muchos nervios, algunos imprevistos y mucha ilusión, ya está en la calle mi primer libro. Ha sido un camino muy largo, y más largo aún es lo que queda por recorrer, pero ya he conseguido una de las metas que encontraba más inalcanzables: publicar. Y la verdad es que ha quedado muy bien. Y todo gracias a la editorial El pez.

La primera presentación del libro fue el jueves 11 de diciembre, en la Ciudad de México. Estaba muy nervioso, no solamente por ser la primera, sino también porque acudieron muchos amigos y conocidos, todos ellos reconocidos por su buen criterio, y no podía evitar el miedo a la crítica y a la exposición pública de mis cuentos. Tuve el honor, además, de que lo presentara mi amiga y escritora Ave Barrera, y sus palabras deslumbraron a todo el público. Público que espero que ya haya podido leer el libro en su totalidad o en parte y tenga una buena opinión de él. Algunos comentarios que me han llegado han sido positivos, y eso me anima a seguir escribiendo.

San Miguel de Allende fue el segundo lugar donde presenté el libro, gracias a los amigos de La Expendeduría. No tuvimos tanto público como en primera, seguramente porque nos disputamos el tiempo con la virgencita: era su fiesta, el 12 de diciembre. Pero el evento fue un éxito en cuanto al debate y la exposición de muchas ideas en torno a la literatura, y me encantó. Quiero dar las gracias a mi amiga Cristina Díaz, toda una experta en letras, que presentó el libro esta vez.

Por ahora, la última presentación ha sido en Querétaro, en La otra banda, un café-bar que auguró se pondrá muy de moda en la ciudad. Allí los invitados de León y de Betza fueron muchos y muy cariñosos, y me sentí muy bien comentando aspectos del libro con Susana y Leonel, editores de la obra, que han hecho un magnífico trabajo.

El autor con cara de cansado, pero feliz.
Ahora solamente queda esperar la presentación en Hermosillo, que espero sea también un éxito. Será el 27 de diciembre, ya lo comentaré por aquí. La verdad es que la publicación de El error evolutivo ha significado un sueño para mí y me está dejando la mejor despedida de México que podría tener.

Quiero pedir a los que ya hayan ojeado el libro que, por favor, me hagan llegar sus comentarios. Quiero saber. Adoro cada uno de esos cuentos, pero también asumo que tendrán cosas mejorables, que unos gustarán más que otros, que quizá algunos sorprendan y otros desagraden por lo que exponen. Pero, sobre todo, sé que deseo conocer qué piensan los lectores de ellos.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Pájaro vivo...

Elegido poema de la semana en Anónimos 2.2




Saul Leiter
Pájaro vivo de mecánica breve,
canción inmortal de un soplo,
flecha incesante y hoja suelta
amarrada al presente,
luna de sol.



Olor de café,
manzana asada de domingo,
leve sorbo de vino
imbuido en juventud, perenne
hambre de ayuno.

Paleta de colores transparentes
ungidos de sonido,
viento esculpido en sueño y furia,
vigilia rítmica rota en silencio,
lectura y voz.

Poesía... ¡Poesía!
Huella y fin del camino,
tuya y mía,
amante para siempre.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La vida atractiva

Publicado en ABN Arte Buhonero




Me encontré con aquel amigo, o más bien conocido, por casualidad, en el coctel tras la presentación de un libro que tenía pinta de ser tan aburrido como su autor. Lo conocía desde hacía bastante tiempo, cuando nos presentó una amiga común. La última vez que lo había visto fue en otro evento parecido, muchos meses atrás, en el que me costó trabajo recordar quién era. Sin embargo, desde hacía algunos meses había leído su nombre o visto su foto en muchas ocasiones, pues su éxito profesional, ligado al mundo del teatro, no había hecho más que crecer: en ese justo momento era el actor principal de una obra con muy buenas críticas y era el invitado de honor de varios actos de gran renombre. Su ascensión fulgurante iba aparejada de una inusitada mejora de su aspecto en todos los sentidos: lo encontré más elegante, seguro y atractivo que nunca, y eso que lo recordaba vagamente como una persona absolutamente normal, incluso insulsa. Nada que ver con el hombre que acababa de tropezarse conmigo mientras pedíamos sendas copas de vino.

—Por lo que veo, te va muy bien —le comenté tras los saludos de rigor —. Últimamente no hay quien no sepa de ti. A ver si compartes tu secreto, que no me vendría mal un poco de publicidad.

Esto último era absolutamente cierto: mi última novela no había resultado tan bien como esperaba, y apenas sobrevivía dando soporíferas clases de literatura a señoras del barrio alto de la ciudad que necesitaban ocupar su tiempo en algo que las hiciera creerse más cultivadas.

—¡Calla, hombre! Ya sabes cómo es esto: unas veces estamos arriba, y otras, esperando una llamada de teléfono que nos ofrezca un trabajo para comer.

La conversación con él era fluida y se mantuvo a lo largo de toda la tarde, durante la cual me enteré de sus prometedores nuevos proyectos y de varios golpes de suerte que parecían haber solucionado su carrera en el último año. La verdad es que parecía contento de haberme encontrado y, cuando supe que había conseguido la nueva edición de una obra extranjera que llevaba tiempo intentando conseguir, me invitó a que fuera con él a su casa para así prestármela. 

Me sorprendió su departamento, situado en una muy buena zona de la ciudad, y decorado con lo que indudablemente eran muebles y enseres caros. Había un cierto desarreglo en el lugar que resultaba agradable a la vista, como si dejara constancia de un cierto calor humano. No pude evitar envidiar su suerte.

—Oye, lo de antes no era broma. Me tienes que decir cómo lo haces, o darme el número de tu santero, porque esto está de fábula.

—¡Gracias! —sonrió, evidentemente feliz por su suerte —. La verdad es que sí que hay truco. Le debo todo lo bueno que me está pasando a algo que conseguí hace algún tiempo. ¿Quieres verlo?

Mi amigo entró a su cuarto y regresó con una caja de cartón bastante vulgar, un poco más grande que una caja de zapatos, que puso sobre una mesa baja ante el sofá en el que estaba sentado. Aquella caja podría contener cualquier cosa. Me indicó con un gesto que echara un vistazo y me asomé a ella con expectación.

Cuando miré dentro, me decepcionó el hecho de que sólo había un objeto de aspecto avejentado, con forma de disco, seguramente de bronce. Estaba grabado con extrañas curvas que recordaban a los símbolos arcanos de las culturas orientales. Adivinando mi decepción, mi amigo le dio la vuelta, mostrando una superficie pulida que mostraba el desorden del cuarto.

—Ya veo que te sorprende que la causa de todo sea un espejo —comentó—.

—Ahora me dirás que es mágico —mascullé, molesto por lo que consideraba una broma—.

—No puedo decirte cómo funciona, pero es la causa de mi éxito repentino. Te propongo algo: admírate en él un momento. Así lo entenderás: te cambiará la vida.

No sabía si tomármelo en serio, pero la situación me empezaba a resultar inquietante. Su bonito departamento simpáticamente desarreglado me parecía ahora turbador y opresivo. Incluso hubiera jurado que un cierto frío comenzaba a dominar la estancia. Mi amigo me invitó con la mirada y, finalmente, agarré el espejo y lo puse frente a mí.

Al principio, nada extraño ocurrió: reflejaba mi rostro nítidamente. Pero pronto empezó a cambiar. No sabría explicarlo: era yo mismo, pero parecía como si la felicidad, la afabilidad o la seguridad de mi expresión desaparecieran. Ante mí la persona optimista y decidida que solía considerarme se transmutaba en un ser apático, indiferente y mediocre. El horror se refleja en mis ojos cada vez más carentes de vitalidad. Cuando por fin pude apartar la vista de esa cosa, miré a mi amigo y descubrí que parecía más interesante, más atrayente, más fascinante que nunca. Sonrió y me quitó dulcemente el espejo de las manos.

—Te dije que te cambiaría la vida —comentó. Y devolvió el espejo a su caja.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Los muertos


Los muertos de Guerrero salen al anochecer. Durante el día se pudren en sus rincones sombríos, donde siquiera la luz del sol se atreve a entrar. Allí se hacinan, unos sobre los otros, pendientes siempre de sus pérfidos asuntos, ajenos a lo que ocurre fuera de las tinieblas. Se les puede encontrar por todo México y, sin embargo, siguiendo las principales tendencias demográficas humanas, prefieren acumularse en este estado, donde encuentran las condiciones de ética y moralidad convenientes para su existencia.
            Todos lo saben. Comparten la tierra, el aire, el agua, con los que todavía viven. Pero estos se han acostumbrado a su presencia. A veces, cuando los muertos molestan más de lo que deberían, cuando se atreven a alzar la voz y a perturbar la paz de los que los soportan en un silencio incómodo, se quejan. Se indignan y exigen que se marchen, que no vuelva a aparecer, que cambien. Los muertos, entonces, se ocultan por un tiempo. En ocasiones claman por su inocencia. «No podemos evitarlo». «El corazón ya no bombea sangre y eso nos vuelve fríos, insensibles, pútridos, temibles». «No podemos controlarlo, en nuestra situación harían lo mismo». «También ustedes son responsables, también son culpables». A menudo se vuelven violentos, y atacan con sus dientes torcidos, con su aliento ponzoñoso, con sus garras de uñas quebradas e infectas, con su falta de compasión y de escrúpulos. Entonces pervierten a los vivos, y engrosan las filas de los muertos de Guerrero.
            Nunca actúan solos; siempre van en grupo. Sus influencias y dominios se extienden como lazos invisibles por toda tierra conocida. Sus hilos son tan fuertes, que se enredan en todo lo que atraviesan, formando una tela sucia que envenena lo que toca. ¡Resulta tan difícil escapar de ella! Y, sin embargo, los sastres no son en absoluto fuertes. Los muertos tejedores son débiles: no se deben a más principio que a la cobardía y a la codicia, y cambian de alianza mortuoria cuando su débil ética se lo indica. Se traicionan sin pudor, y luego crean nuevas alianzas, como si nunca hubieran intentado devorarse entre sí, como si no hubiera consecuencias. Pero las hay: con cada decisión, los muertos hacen nacer muertos, y las filas de difuntos de Guerrero aumentan sin descanso.
Estos muertos de Guerrero, y también estos muertos de México, no se dejan ver durante el día. Durante las horas diurnas se reúnen y discurren cómo hacer más daño, cómo ampliar aún más sus filas, cómo crear más muerte. Pero cuando anochece, cuando las poblaciones de Iguala, de Ayotzinapa o de Cocula se ven a lo lejos como pequeños racimos luminosos en las sierras, y las ciudades de Acapulco o de Chilpancingo despiertan a la animación nocturna, estos muertos abandonan su escondite. Entonces se separan de los suyos e imitan a los vivos, aunque solamente a los vivos más pudientes: el chofer los lleva a sus lujosas casas, situadas en las buenas zonas de la ciudad; allí una criada les abre la puerta. Su esposo o su esposa, generalmente también muertos, quizá los está esperando ya. Y cenan en silencio, pensando en las decisiones que tomarán mañana en sus despachos, en sus palacios municipales, en sus edificios de gobierno; repasando las ordenes que han dado a sus sicarios, pagados con dinero de vivos y muertos, para seguir extendiendo su barbarie y su régimen; acallando, si todavía aparecen débilmente, los pocos remordimientos de conciencia. Luego el muerto y su pareja también muerta —por conocimiento o por colaboración— se irán a una cama enorme, entre sábanas de exportación que sus votantes jamás podrán sentir en la piel, y apagarán la luz para dormir entre tinieblas, esperando a encerrarse con las primeras luces en sus cuevas-despacho.

Y mientras los otros muertos, los que no pueden salir ni de día ni de noche, los que son llorados y buscados, con el anhelo de que sólo estén desaparecidos; los que pueden hacer que los vivos quebremos el silencio y enterremos a los muertos salidos de las urnas, permanecen en sus cuevas-tumba, amontonados, yermos, descompuestos, a la espera de poder devorar al final de los tiempos, con lo que quede de sus huesos, a los muertos que les arrebataron la vida y la esperanza.

martes, 11 de marzo de 2014

Vita theatrum

Publicado en la revista Opción ITAM


La vieja actriz se mira en un espejo de mano, surcado por una enorme grieta que rasga su pulida superficie, y no sabe si lo que ve son arrugas o diminutas esquirlas desprendidas de esos bordes astillados de la herida cristalina. Un antiguo camerino la envuelve: apolillados trajes, destartaladas pelucas y avejentados elementos de atrezzo comparten un espacio enrarecido en el que el silencio se cuela por debajo de las puertas.
Es lunes, el teatro está vacío. En esta pequeña sala de un barrio periférico no hay función más que los fines de semana: apenas sobreviven realizando montajes sencillos, donde minimalista significa sin presupuesto, donde los actores se esfuerzan en reflejar la pasión escénica ante unos espectadores escasos y conformistas. Los focos y las luces, ahora en reposo, hacen temblequear su mortecina luz durante las distintas actuaciones; algunos, ya muy usados, no pueden sino parpadear débilmente al son de las declamaciones y los gestos. Las gastadas tablas del escenario han recibido tantas y tantas pisadas a lo largo de su extensa vida… En la penumbra, el recinto es el mortecino reflejo de la decadencia, aunque, en cierta forma, un teatro vacío es siempre una imagen de la muerte.
La vieja actriz se ha colado en el teatro. No ha sido muy difícil. No hay nadie vigilando las entradas. Recorre las estancias del edificio y sus pasos resuenan por los pasillos. En el vestuario contempla el vestido que utilizará en su última función, el próximo domingo. Ayer mismo cubrió su delgado cuerpo ante un público que no llegaba más allá de la tercera fila. Repasa sus encajes, sus gasas desgastadas, los puños que del uso amarillean. En su mente concurren las palabras de esa obra, y de la anterior, y de las muchas que las precedieron a lo largo de una dilatada carrera llena de sinsabores.
Y llega al escenario, el centro de la escena que es su vida. Enfrente, los asientos vacíos, de aspecto antiguo y fantasmal, observan el eterno retorno de una obra de teatro día tras día. Silenciosos, se erigen en el público más fiel y menos exigente. La vieja actriz los mira atentamente e imagina lo que nunca tuvo: un lleno total, un público eufórico, presa de la catarsis, que la aplaude rabiosamente puesto en pie, ocultando esas butacas silenciosas que han observado siempre sus actuaciones.
En el centro del escenario, un piano, necesario en la obra que está cerrando su vida teatral. Levanta la tapa y prueba a tocar unas notas al azar, que suenan temblorosas en los ecos de la sala vacía. Hace tiempo que no ha sido afinado, y es viejo, como ella misma. Se diría que son compañeros. La vieja actriz sonríe por primera vez ante su ocurrencia. Mas pronto calla, y sube, en silencio, a la silla ante el piano; después, al piano mismo. Desde la cima de aquel instrumento mira a un público fantasma, inexistente, fiel. Una vida en el teatro en la representación de la vida. Decidida, saca la cuerda del bolso, la cuerda con nudo corredizo; la enlaza en la viga que sostiene los focos y, tras una última mirada a las butacas silenciosas, se lanza hacia ellas en un salto al vacío.


Tras el silencio, el público ovaciona a la vieja actriz que, sonriente, se inclina ante él al frente del escenario.


jueves, 20 de febrero de 2014

No soy aquel poeta...

Publicado en la antología Latidos de vida




No soy aquel poeta de la historia
que canta las hazañas de los pueblos,
las gestas que lograron grandes héroes.

Tampoco soy el vate de unos pocos,
aquellos intelectuales exquisitos
que miran un taza con sombrero
y comprenden el sentir del universo.

No ser siquiera un cantor para estudiosos,
que es citado en mil títulos de tesis
y felizmente olvidado de las masas.

Solo soy
poeta para mí mismo (en lo posible),
que escribe cuatro versos una tarde,
los guarda en un cajón
y deja que enraícen
en la oscuridad de su secreto.
Y luego, con el tiempo,
sacarlos de su celda
opaca y desolada,
y dejar que germinen en mis manos
y florezcan de nuevo en mi recuerdo.
Entonces, como un ave,
regresar. Regresar a aquella tarde polvorienta
en la que, frente a un café ya tibio
en la cocina sucia,
escribí mis sentimientos en un folio
para evitar gritar por la ventana.

lunes, 10 de febrero de 2014

Emigrante

Publicado en Río Arriba

EMIGRANTE

Y ha llegado por fin a un puerto extraño
sintiendo el peso amargo de la brisa,
ingrato el horizonte,
lejanos los recuerdos
de un mundo que se ama y que se odia.
Ajeno a las fronteras
tan llenas de vacío;
la vida se condensa en un petate
que guarda su pasado y su presente.
Enfrente la ciudad, la villa, el monte
extranjeros, ajenos al color
que guarda la memoria
anclada a los espejos de la ausencia.
Mas queda ese rescoldo de esperanza
que anhelante refulge
en la pupila cándida y vibrante
ante la ansiada tierra prometida.

sábado, 8 de febrero de 2014

El error evolutivo



El error evolutivo

Nadie los esperaba. Llegaron poco a poco, un día que ya no recordamos, y se instalaron por todas partes, relegándonos a la oscuridad. Al principio, no nos prestaban atención. Nos movíamos con sigilo y aprendimos a vivir parasitándolos: las sobras de lo que producían nos proveían de lo necesario y resultaban un manjar. Eso en realidad nos hizo decadentes, porque no había que esforzarse por conseguir alimentos, y nos entregamos a una vida fácil a costa de esos nuevos pobladores. Se convirtieron en una plaga: se reproducían sin cesar y se extendían sin pausa por casi cualquier entorno. Eso nos ayudó también a crecer a sus expensas, y nos reproducimos desmesuradamente, sin que nos faltara nunca el sustento necesario no ya para sobrevivir, sino para gozar ampliamente. Ahora nos planteamos que esto fue nuestro error y nuestra condena.
            Siguieron aumentando y, poco a poco, acusaron un acusado proceso de evolución, pero pasaron mucho tiempo ignorándonos, a pesar de que llegamos aquí antes que ellos. En realidad, su presencia directa nos producía terror: eran gigantescos y deformes, proferían alaridos ininteligibles y demostraban una actitud muy violenta hacia todo lo que los rodeaba y, lo más sorprendente, incluso entre sí. El pavor que sentíamos ante sus sorpresivas apariciones hizo que decidiéramos ocultarnos en los rincones más oscuros, aquellos que ellos se esforzaban por no ver, y durante mucho tiempo parecieron no tomarnos en cuenta. Empezamos a ocupar masivamente los lugares en los que vivían, y resultó cada vez más fácil sobrevivir a su costa.
Con el paso del tiempo, hubo quien se percató de nuestra presencia: reconozco que a veces nos pudo la osadía, pues llegamos a creer que no les importábamos, que por alguna extraña razón nos toleraban, aunque nunca habíamos logrado comunicarnos. En algunos casos, no obstante, no fue simple atrevimiento, sino un intento de contactar con los otros, con esos que estaban ahí y de los que desafortunadamente habíamos llegado a depender: nuestra raza tampoco está a salvo de la curiosidad. Hubo también quienes incubaron la teoría de que en realidad eran seres sobrenaturales o divinos, cuyo propósito era proveernos de una existencia feliz, y cuando se producía algún incidente, argüían que eran muestras de su enfado por nuestra vida disoluta y poco respetuosa con su presencia.
Aunque con el paso de los años parecieron seguir con su actitud distante, pronto aparecieron entre ellos individuos extraños —cada vez en mayor número— que gritaban espantosamente cuando nos hallaban por sorpresa en sus guaridas. Que se apartaban al vernos compartir el duro suelo en el que habían convertido la tierra. Y comenzaron a atacarnos con tenacidad. Antes sus asesinatos eran esporádicos, y casi nadie quería asumir que esa especie que parecía benefactora de nuestra raza tuviera motivos para hostigarnos, o deseos sanguinarios de hacerlo. Mas eso acabó paulatinamente: han empezado a envenenarnos con espantosos productos ponzoñosos, o nos masacran aplastándonos con su macizo y desproporcionado cuerpo. Algunos incluso se dedican a apresarnos para someternos a diversos métodos de tortura: nos abren en canal con un arma fría y afilada, que destella bajo una luz blanca, aséptica y molesta; o nos inyectan productos que resultan tóxicos, o nos decapitan y se dedican a observar cómo nuestro cuerpo se contonea durante semanas hasta morir sin remedio.
Una cosa está clara: estos monstruos están decididos a exterminarnos. Nuestro número los supera en gran medida, y por eso no hemos dejado de discutir si, después de tanto tiempo observándolos desde las sombras, ha llegado la hora de masacrarlos. Sin embargo, la decisión no es sencilla: ellos nos han facilitado la existencia, de ellos extraemos el sustento para nuestras cada vez más abundantes crías, ellos han construido y mantienen la mayor parte de los lugares en los que habitamos, con toda comodidad, mientras siguen produciendo alimento para nosotros. Hay quienes dicen que su persecución, por lo demás torpe y poco efectiva, es el precio que tenemos que pagar por nuestra existencia fácil y carente de esfuerzo. Y quizá tengan razón, pero ¿podemos justificar las continuas muertes de seres de nuestra especie a cambio de continuar con una prosperidad general? ¿Quiénes entre nosotros merecen morir por el beneficio común? ¡Nos planteamos tantas y tantas disquisiciones, que nos mantienen por ahora discutiendo la decisión final…! Pero, en el fondo, no hay más que una inquietante pregunta que nos asalta con cada huida, con cada tortura, con cada asesinato: ¿seríamos ya capaces de vivir sin ellos?

jueves, 6 de febrero de 2014

Cosas de Niños

Premio del 1r certamen de cuento breve y política "Postales literarias" con el tema "Problemáticas de género", del Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica de la UNAM

Cosas de niños

Es el momento justo: patea el balón con todas sus fuerzas. La pelota atraviesa como un bólido los escasos metros hasta la portería y se sumerge en la red, consiguiendo el gol de la victoria.
Su padre grita como un loco, y todavía en el coche, de vuelta a casa, repite la jugada una y otra vez, hasta que casi se queda sin voz. Se detienen un momento en una gasolinera: «Papá, ¿me compras unos coches en miniatura?». Y accede, pues está contento, y además sabe que jugar con esos cochecitos es uno de sus entretenimientos favoritos. Poco después llegan a casa, donde recibe la felicitación de su mamá por haber sido la estrella del partido de fútbol, y le promete que la próxima vez podrá acudir: ha trabajado hasta tarde en la oficina. Tras la ducha de rigor después de tan ajetreado día, cenan en familia y después le permiten, por ser fin de semana, dedicar un rato a los videojuegos mientras ellos ven una película en la televisión. Poco después de las once, cuando ya ha ganado varias veces en el último juego de carreras que le habían comprado —el lunes presumirá de ello ante sus amigos—, su papá le indica que ya es hora de dormir. «Arrópate bien», le aconseja cuando se mete en la cama; después, su padre apaga la luz y escucha en la oscuridad de la habitación: «Buenas noches, papá». Él le contesta: «Buenas noches, hija». Y le da un beso en la frente y se aleja, con una sonrisa tierna, por el pasillo.