Publicado en ABN Arte Buhonero
Me encontré con aquel
amigo, o más bien conocido, por casualidad, en el coctel tras la presentación
de un libro que tenía pinta de ser tan aburrido como su autor. Lo conocía desde
hacía bastante tiempo, cuando nos presentó una amiga común. La última vez que
lo había visto fue en otro evento parecido, muchos meses atrás, en el que me
costó trabajo recordar quién era. Sin embargo, desde hacía algunos meses había
leído su nombre o visto su foto en muchas ocasiones, pues su éxito profesional,
ligado al mundo del teatro, no había hecho más que crecer: en ese justo momento
era el actor principal de una obra con muy buenas críticas y era el invitado de
honor de varios actos de gran renombre. Su ascensión fulgurante iba aparejada
de una inusitada mejora de su aspecto en todos los sentidos: lo encontré más
elegante, seguro y atractivo que nunca, y eso que lo recordaba vagamente como
una persona absolutamente normal, incluso insulsa. Nada que ver con el hombre
que acababa de tropezarse conmigo mientras pedíamos sendas copas de vino.
—Por lo que veo, te va
muy bien —le comenté tras los saludos de rigor —. Últimamente no hay quien no
sepa de ti. A ver si compartes tu secreto, que no me vendría mal un poco de
publicidad.
Esto último era
absolutamente cierto: mi última novela no había resultado tan bien como
esperaba, y apenas sobrevivía dando soporíferas clases de literatura a señoras
del barrio alto de la ciudad que necesitaban ocupar su tiempo en algo que las
hiciera creerse más cultivadas.
—¡Calla, hombre! Ya
sabes cómo es esto: unas veces estamos arriba, y otras, esperando una llamada
de teléfono que nos ofrezca un trabajo para comer.
La conversación con él
era fluida y se mantuvo a lo largo de toda la tarde, durante la cual me enteré
de sus prometedores nuevos proyectos y de varios golpes de suerte que parecían
haber solucionado su carrera en el último año. La verdad es que parecía
contento de haberme encontrado y, cuando supe que había conseguido la nueva
edición de una obra extranjera que llevaba tiempo intentando conseguir, me
invitó a que fuera con él a su casa para así prestármela.
Me sorprendió su
departamento, situado en una muy buena zona de la ciudad, y decorado con lo que
indudablemente eran muebles y enseres caros. Había un cierto desarreglo en el
lugar que resultaba agradable a la vista, como si dejara constancia de un
cierto calor humano. No pude evitar envidiar su suerte.
—Oye, lo de antes no
era broma. Me tienes que decir cómo lo haces, o darme el número de tu santero,
porque esto está de fábula.
—¡Gracias! —sonrió,
evidentemente feliz por su suerte —. La verdad es que sí que hay truco. Le debo
todo lo bueno que me está pasando a algo que conseguí hace algún tiempo.
¿Quieres verlo?
Mi amigo entró a su cuarto y regresó con una caja de cartón bastante vulgar, un poco más grande que una caja de zapatos, que puso sobre una mesa baja ante el sofá en el que estaba sentado. Aquella caja podría contener cualquier cosa. Me indicó con un gesto que echara un vistazo y me asomé a ella con expectación.
Cuando miré dentro, me
decepcionó el hecho de que sólo había un objeto de aspecto avejentado, con
forma de disco, seguramente de bronce. Estaba grabado con extrañas
curvas que recordaban a los símbolos arcanos de las culturas orientales.
Adivinando mi decepción, mi amigo le dio la vuelta, mostrando una superficie
pulida que mostraba el desorden del cuarto.
—Ya veo que te
sorprende que la causa de todo sea un espejo —comentó—.
—Ahora me dirás que es
mágico —mascullé, molesto por lo que consideraba una broma—.
—No puedo decirte cómo
funciona, pero es la causa de mi éxito repentino. Te propongo algo: admírate en
él un momento. Así lo entenderás: te cambiará la vida.
No sabía si tomármelo
en serio, pero la situación me empezaba a resultar inquietante. Su bonito
departamento simpáticamente desarreglado me parecía ahora turbador y opresivo.
Incluso hubiera jurado que un cierto frío comenzaba a dominar la estancia. Mi
amigo me invitó con la mirada y, finalmente, agarré el espejo y lo puse frente
a mí.
Al principio, nada
extraño ocurrió: reflejaba mi rostro nítidamente. Pero pronto empezó a cambiar.
No sabría explicarlo: era yo mismo, pero parecía como si la felicidad, la
afabilidad o la seguridad de mi expresión desaparecieran. Ante mí la persona
optimista y decidida que solía considerarme se transmutaba en un ser apático,
indiferente y mediocre. El horror se refleja en mis ojos cada vez más carentes
de vitalidad. Cuando por fin pude apartar la vista de esa cosa, miré a mi
amigo y descubrí que parecía más interesante, más atrayente, más fascinante que
nunca. Sonrió y me quitó dulcemente el espejo de las manos.
—Te dije que te
cambiaría la vida —comentó. Y devolvió el espejo a su caja.
Ostias tío, es el espejo vampirico de Dorian Gray...
ResponderEliminarJajajaja Gracias, algo hay de eso, ahora que lo dices... ¡Espero que te haya gustado!
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