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Soy un escritor que vive a caballo entre la Ciudad de México y Barcelona, que a veces echa de menos Jaén y al que le da por escribir en la madrugada, aunque, a menudo, no es muy consciente de lo que termina saliendo de su cabeza.

martes, 11 de marzo de 2014

Vita theatrum

Publicado en la revista Opción ITAM


La vieja actriz se mira en un espejo de mano, surcado por una enorme grieta que rasga su pulida superficie, y no sabe si lo que ve son arrugas o diminutas esquirlas desprendidas de esos bordes astillados de la herida cristalina. Un antiguo camerino la envuelve: apolillados trajes, destartaladas pelucas y avejentados elementos de atrezzo comparten un espacio enrarecido en el que el silencio se cuela por debajo de las puertas.
Es lunes, el teatro está vacío. En esta pequeña sala de un barrio periférico no hay función más que los fines de semana: apenas sobreviven realizando montajes sencillos, donde minimalista significa sin presupuesto, donde los actores se esfuerzan en reflejar la pasión escénica ante unos espectadores escasos y conformistas. Los focos y las luces, ahora en reposo, hacen temblequear su mortecina luz durante las distintas actuaciones; algunos, ya muy usados, no pueden sino parpadear débilmente al son de las declamaciones y los gestos. Las gastadas tablas del escenario han recibido tantas y tantas pisadas a lo largo de su extensa vida… En la penumbra, el recinto es el mortecino reflejo de la decadencia, aunque, en cierta forma, un teatro vacío es siempre una imagen de la muerte.
La vieja actriz se ha colado en el teatro. No ha sido muy difícil. No hay nadie vigilando las entradas. Recorre las estancias del edificio y sus pasos resuenan por los pasillos. En el vestuario contempla el vestido que utilizará en su última función, el próximo domingo. Ayer mismo cubrió su delgado cuerpo ante un público que no llegaba más allá de la tercera fila. Repasa sus encajes, sus gasas desgastadas, los puños que del uso amarillean. En su mente concurren las palabras de esa obra, y de la anterior, y de las muchas que las precedieron a lo largo de una dilatada carrera llena de sinsabores.
Y llega al escenario, el centro de la escena que es su vida. Enfrente, los asientos vacíos, de aspecto antiguo y fantasmal, observan el eterno retorno de una obra de teatro día tras día. Silenciosos, se erigen en el público más fiel y menos exigente. La vieja actriz los mira atentamente e imagina lo que nunca tuvo: un lleno total, un público eufórico, presa de la catarsis, que la aplaude rabiosamente puesto en pie, ocultando esas butacas silenciosas que han observado siempre sus actuaciones.
En el centro del escenario, un piano, necesario en la obra que está cerrando su vida teatral. Levanta la tapa y prueba a tocar unas notas al azar, que suenan temblorosas en los ecos de la sala vacía. Hace tiempo que no ha sido afinado, y es viejo, como ella misma. Se diría que son compañeros. La vieja actriz sonríe por primera vez ante su ocurrencia. Mas pronto calla, y sube, en silencio, a la silla ante el piano; después, al piano mismo. Desde la cima de aquel instrumento mira a un público fantasma, inexistente, fiel. Una vida en el teatro en la representación de la vida. Decidida, saca la cuerda del bolso, la cuerda con nudo corredizo; la enlaza en la viga que sostiene los focos y, tras una última mirada a las butacas silenciosas, se lanza hacia ellas en un salto al vacío.


Tras el silencio, el público ovaciona a la vieja actriz que, sonriente, se inclina ante él al frente del escenario.