Publicado en La Revista C
Sucede
que hay momentos en que el amor me cansa.
Me cansa
el duro aliento del tiempo compartido.
Me pesa
en la existencia el hueco de tu nombre,
el tono
con que hieres y el eco de tu grito.
el
llanto y la tragedia. Y esperar
de lo
que ayer había y hoy no sé si se ha ido.
Y vivir.
Seguir viviendo insomne en un
mundo de
sueños,
una
quimera rota de tanto haber amado.
Porque
sucede que —yo lo sé, lo he vivido—
irrumpen
ratos tristes en que el amor me cansa.
El
cuerpo es carne muerta que evita la caricia
rasposa
y enervante de la piel que uno amaba,
el roce
de los labios que parecen mohosos
y el
susurro inquietante de la voz conocida.
Y no
marchar.
Quedarse
recostado a gozar la ruina
romántica
aunque pútrida de un amor decadente
y
asfixiante. También morir,
morirse
poco a poco caminando a punzadas
del
espino oloroso de la pasión antigua.
Y
regresar. Volver en los recuerdos al momento sublime
que no
restó perfecto por querer apresarlo.
Porque
sucede siempre—mi voz hoy lo confirma—
que el
amor del pasado es siempre el verdadero,
y cuando
el sentimiento se transforma
en
presente continuo
avanza
hacia un futuro de vejez y de muerte,
donde el
amor es sólo cansancio repetido.